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Grisha /

«Mi nombre es Gregory. Me ocurrió algo muy banal que muchas personas LGTB comprenderán. Es decir, las que viven en Rusia. Esto ocurrió en octubre de 2011. En ese momento trabajaba como profesor del grupo de teatro de una escuela. Desafortunadamente no podía ser abiertamente gay en ese trabajo, porque en nuestro país se acosa descaradamente a los profesores si de alguna manera se llega a saber que son de una orientación sexual diferente. Sin embargo, en mi tiempo libre, era voluntario y activista en la organización LGTB ComingOut, y aún lo soy. En ese año, el diputado particularmente escandaloso Vitaly Milonov, empezó a promover su ley homofóbica que prohibía la llamada «propaganda homosexual». Y por supuesto, la organización LGTB ComingOut y otras organizaciones que abogan por los derechos humanos en San Petersburgo se opusieron activamente a que se adoptara esta ley.

Condujimos una campaña pública para llamar la atención de la gente, para difundir información sobre esta ley discriminatoria. Hicimos varias protestas. Yo participé en esa campaña. Así que luego de una serie de protestas, que se llevaron a cabo cerca de la Asamblea Legislativa de San Petersburgo, me arrestó la policía. Me detuvieron junto con otro activista. Nos levantaron una acusación por infracción administrativa. Es importante acotar que dicha acusación se abandonó por falta de evidencia. La policía registró mis datos personales, mi lugar de trabajo y mi posición. Yo les proporcioné esa información con mucha calma. Al día siguiente salió en la prensa que habían arrestado a dos activistas que protestaban contra la ley homofóbica. En las noticias dijeron mi nombre, mi lugar de trabajo y lo que hacía exactamente. Se publicó en varios sitios de noticias locales. Al principio no le di importancia.

Ya que me interesaba por los derechos humanos y por los movimientos a favor de estos derechos, no le temía a la publicidad y tampoco escondía mi mentalidad cívica. Nada cambió en mi trabajo después de que me arrestaron. Solo lo sabía un par de mis colegas con quienes tenía relaciones cercanas. Después de dos o tres semanas empecé a pensar que tal vez lo de mi detención no se sabría y que no tendría problemas con la directora de la escuela. Pero de repente, un día que llegué al trabajo me dijeron que mi jefe necesitaba hablar conmigo. Debo decir que desde el punto puramente humano no tengo sentimientos negativos hacia la directora. Incluso pienso que ella estaba realmente preocupada por mi cuando empecé a contarle lo que pasó y la razón por la que me arrestaron. Estaba preocupada por mí. Ella sentía que yo estaba equivocado. Quería llevarme por el camino correcto. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a tener opiniones, pero eso no significa que tengo que estar de acuerdo con ellos si a mí me parece que están equivocados. Hablamos durante casi una hora. Me preguntó por qué hacia todo eso. Que por qué me esforzaba por tomar las calles y defender los derechos de los gays y las lesbianas. Contesté sus preguntas. Le expliqué que discriminar a otros por su orientación sexual e identidad de género es inaceptable en la sociedad moderna. Nuestra conversación parecía haber terminado. Luego le pregunté: ¿Qué debería hacer ahora? Y ella me dijo que tenía que renunciar a mi trabajo. Me di cuenta de que le preocupaba la publicidad que toda esta situación traería. Le daba miedo tener problemas con los padres de los niños a los que había educado. Temía por sus trabajos. Eso, ciertamente, no lo justifica. Admito que en ese momento estuve de acuerdo con lo que me propuso. No luché por mi puesto de trabajo.

Después de un tiempo me arrepentí y me reprendí a mí mismo por no mostrar resistencia y por no rebelarme contra ese despido ilegal. Pero tenía mis razones para no luchar. Estaba preocupado por mis colegas, entre los que había dos hombres gay y una lesbiana. Y me di cuenta de que el escándalo que inevitablemente crecería a causa de mi despido atraería la atención de los medios y eso podría afectar los trabajos de mis amigos, quienes habían sido representantes más discretos de la comunidad LGTB. Primero pensé en todo eso. Entiendo que ese trabajo era más importante para ellos de lo que era para mí. Por otro lado, como activista LGTB, de alguna manera he cambiado mi opinión al respecto. Cuando recuerdo ese momento todavía me siento ansioso y me preocupa haber cometido un error. Pero soy un optimista y creo que cuando se hace algo, se hace por lo mejor.

Unos meses después de mi despido me ofrecieron un trabajo completamente diferente, en el que he estado hasta ahora, y que me da placer y satisfacción. Actualmente trabajo como drag queen en un club gay y en mis presentaciones trato de expresar mis opiniones e ideas respecto al activismo LGTB ruso. Concretamente que, a pesar de la gran homofobia y discriminación por parte del gobierno ruso, nosotros, gays, lesbianas, bisexuales y transgénero, no tenemos porqué escondernos, no debemos tener miedo, sino al contrario; debemos enfrentar el futuro para así tener uno brillante y grato. Todo está en nuestras manos».

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