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Buje /

«Cuanto tenía 19 años mi madre me sorprendió teniendo sexo con mi amigo. Llamó a mis hermanos y hermanas. Les contó. A partir de ese momento fui diferente para la familia. Mis hermanos empezaron a mostrar odio y discriminación hacia mí. Luego mi familia me llamó para que tuviéramos una reunión donde hablaríamos sobre mí. Cuando llegué y me senté en la reunión sentí como que debía matarme. Empecé a lamentarme y a llorar. Les supliqué y les rogué. Me sentía como que no existía.

Meses después de ese incidente ocurrió otro evento relevante que me llevó a la cárcel. Luego presencié la mayor humillación de mi vida. Empecé a rezar y a pedirle a Dios que me quitara la vida para poder descansar de todas las dificultades y maltratos que viví en prisión en manos de los carceleros. Nos pedían que cargáramos heces y que laváramos platos y ropa y nos mostraban odio. Cuando pasaba por las celdas decían «ahí va el gay que se coge a los hombres». Todos los días lloraba.

Después de que salí de la cárcel mi familia me rechazaba. Luego me metí en otro problema serio. Rezaba todos los días pidiéndole a Dios que me quitara la vida para poder descansar. Fue difícil, pero después de un tiempo mi familia me aceptó, aunque no me trataba como si fuese un miembro más. No me daban comida. Y cuando me enfermaba, nadie me cuidaba. Me decían ‘Dios debería quitarte la vida para que los demás encuentren paz después de toda la vergüenza que has causado a nuestra familia’.

Después de que me recuperé de una enfermedad fui a pedir trabajo a alguien que lavaba carros en la parte de atrás de mi calle. Una semana después la gente de la zona fue a hablar con la persona que dirigía el auto lavado y a pedirle que me despidiera. No tenia otra opción más que despedirme. Me convertí en nada, y en nadie. Sin estudios, sin comida.

Cada vez que recuerdo a mi familia y a mi madre y el odio que sienten hacia mí, simplemente lloro, me dan ganas de morirme. Volví a Jos después de una semana para quedarme en casa de mi amigo. La familia de mi amigo dijo que debía irme. No tenía hogar, familia, nada. Todo se volvió muy difícil para mí.

No hay final para este sufrimiento, hasta que Dios lo decida. Pero por ahora estoy pensando en ofrecer ayuda en una casa para así tener trabajo, un lugar donde quedarme y algo para comer. Solo hasta que mis padres me entiendan y vuelvan a aceptarme».

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