Abinaya / Malasia
«El día en el que decidí decirle a mi mamá, en junio de 2008, quién soy y cómo me siento con la esperanza de que me entendiera, porque es mi mamá, me di cuenta de que estaba equivocada. Mis sueños y esperanzas se destrozaron cuando me abrí ante mi mamá, le dije que no soy un hombre y que nunca me he sentido como uno. La batalla de mi vida empeoró cuando mi madre se negó a aceptarme como soy. Mis días estaban llenos de soledad incluso cuando estaba en presencia de mi familia.
En abril de 2009 llegó el día en el que decidí rendirme, ya no tenía fuerzas para enfrentar la discriminación y la depresión. Dios tampoco me aceptó, supongo, porque sobreviví y pasé tres meses en el hospital. Nada ha cambiado y la soledad y la depresión me persiguen, me expulsaron de mi casa, mi familia me repudia por luchar por estar en donde pertenezco.
Fuera de casa y renegada por mi familia, era más como un robot que intenta sobrevivir. Trataba de mantenerme ocupada con trabajo para no extrañar mi casa.
Todas las noches mojo mi almohada con mis lágrimas después de mi transición, antes era solo un objeto de entretenimiento para que la gente se riera de mí y un símbolo sexual del que los muchachos se aprovechaban. ¡Era como una marioneta! Me pedían que usara ropa de hombre y que estuviera con hombres, me sentía más deprimida, fui al psiquiatra para que me diera un tratamiento para mi depresión. Ya no pude más, decidí renunciar y ese fue mi último trabajo en una empresa en Malasia. Desde 2011 trabajo de forma independiente para sobrevivir. Nunca olvidaré un día en enero de 2014 cuando tuve que hacer un trabajo sexual para sobrevivir porque no reconocen mi nivel de educación por ser quien soy. Siendo una trabajadora sexual sentía miedo hacia el orden público.
Estoy sola, sin hogar, y tengo miedo porque decidí ser quien soy. ¿Y quién soy? Soy Abinaya Jayaraman. Mujer trans, mi género es mi identidad y la razón por la que me castigan. Todos merecemos amar y ser amados».