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Artyom /

“Desde que tengo memoria siempre ha sido así, cuando era muy pequeño prefería jugar a la muñecas con las niñas más que a los juegos ruidosos de los niños. En mi familia todos se daban cuenta que yo era diferente a otros chicos, y trataron de “arreglarme” me decían “no seas tan niña”, y yo decía que quería ser una niña. Me compraban carros de juguete que no me interesaban, en lugar de las muñecas que yo había pedido.

Pero los verdaderos problemas iniciaron en la escuela…

Era sorprendente la crueldad de los chicos en la secundaria… tiraban mi ropa fuera de mi casillero, me sacaban del cuarto de casilleros me insultaban, me humillaban – y esto se convirtió en una rutina diaria, todo esto (mis problemas en la escuela) lo mantuve en secreto para mi familia, estaba solo en la escuela y solo en mi casa porque no podía decirle a mis padres sobre mis problemas.

Así que me volví aislado. Solo en la escuela, en silencio soportaba los golpes y los ataques físicos y psicológicos de mis compañeros.

Mi padrastro se avergonzaba de mí. Le molestaba que no fuera como los hijos de sus amigos, no me gustaba la pesca (sentía pena al matar los peces) o jugar futbol. Prefería sembrar flores y cuidar el jardín. No me interesaban los carros ni otros juguetes “para niños”. Le irritaban mis, como el las llamaba, hobbies tan femeninos. Mi madre fingía no darse cuenta de mis modos. En la escuela, cuando caminaba por los corredores, siempre oía a gente gritarme “ahí va el maricón”. Y todos volteaban a verme. No quería verme débil ante mis padres, o vulnerable, me daba pena decirles que en la escuela me decían gay. Ninguno de los maestros en la escuela, ni siquiera una vez en 5 años, le dijeron algo a mis padres sobre mis problemas.

Guardaron silencio. Así como yo guarde silencio.

Así pasaron 5 años.

Después fui transferido a otra escuela, no quería que ocurrieran las mismas cosas en la nueva escuela, no quería ser una “celebridad local”. Así que decidí convertirme en un ratón gris. No dije nada, no le hable a nadie, no me acerque a nadie. Llegaría a la escuela, me sentaría callado en el salón de clases, en el receso, y me iría a casa. Pero aun así, no pasé desapercibido. Ya no me llamaban “maricón” simplemente pensaban que era raro – es más fácil para los demás tolerar el autismo que la homosexualidad. El camino de mi masculinidad era soledad, soledad, soledad… me parecía que yo era el único en el mundo entero.

La primera vez que le pedí a dios que me quitara la vida fue cuando tenía 12 años. A esta edad yo estaba pasando por una severa crisis de identidad. En el fondo yacían los problemas de los golpes y humillaciones en la escuela y eran empeorados por la situación en la familia… en la escuela no tenía amigos cercanos. En casa también estaba solo. Recuerdo como en 6to grado me gustaba un chico. Él siempre se mantenía alejado de todos igual que yo. Me le acerque para conocernos y platicamos hasta que termino el receso. Después de eso nunca volvió a hablarme. Resulta que era nuevo. No sabía que era peligroso platicar conmigo, que lo llamarían gay después de que nos vieron juntos. A partir de ese día y para limpiar su reputación, se convirtió en uno de los más activos conspiradores contra mí.

¿Que podría hacer un niño en mi caso?

Nada, excepto refugiarse en su cálido mundo de sueños y fantasías.

Me dedique completamente a la construcción de una casa verde de plantas tropicales como compensación por la falta de amor y en comunión con la temperatura, la luz y la humedad. Después de la escuela tenia tutorías, y cuando regresaba a casa, podía sentarme por horas en mi casa verde, hablarle a la flores, cuidarlas, incluso les ponía música de Tchaikovsky.

Rodeado de agresión, vulgaridad, me dedique a mi mundo interior completamente separado del exterior por una barrera impermeable.

El frágil período de calma en mi vida sería interrumpido de manera brusca.

Sucedió cuando yo estaba en el último año de la escuela. Un día durante la cena mi madre dijo que quería divorciarse. Y eso significo el fin de todo para mí.
Mis orquídeas murieron, mi palmera murió y recuerdo que mientras me sentaba en las cajas mirando mis orquídeas, sabía que las únicas cosas buenas que había en mi vida se habían terminado. Un profundo sentimiento de vacío. Creí que mi vida se había acabo.

Quería tomar unas pastillas y desaparecer.

Pero luego fui aceptado en la universidad para estudiar psicología. Fue la primera vez que mis compañeros me aceptaron como persona, por quien yo era, ellos me ayudaron, me sentí mejor.

Ahora tengo 21 años, me gradué del departamento de psicología en la universidad, y ahora soy muy feliz”.

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