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«Crecer como judío jasídico, aislado de cualquier fuente de comodidad y sin un modelo a seguir podría llevar a cualquiera al borde.

Cuando mi rabino me atrapó por primera vez, pensé que se me acababa el mundo. Era casi imposible soportar tanta humillación y violencia. La manera en la que mis padres me ayudaron fue llevandome a la terapia de cura gay y lo único en lo que yo podía pensar era en matarme. No había nadie a mi alrededor con quien pudiera compartir todo ese peso.

Cuando me atraparon la segunda vez, las cosas se pusieron más dificiles. La comunidad empezó a buscar soluciones rápidas y empezó a buscarme una novia para casarme y así ‘encerrarme’ de por vida. Por suerte ese fue el momento en el que me armé de valor. No salí completamente, pero sí dije: ¡NO!

Quince años han pasado y mi vida no podría ser mejor. Aunque exiliado de mi familia y mi comunidad, pude construir mi propia vida y encontrar comodidad en un círculo cercano que ahora considero mi verdadera familia. La verdadera satisfacción llega cuando gente más joven proveniente de la misma comunidad ruda y cerrada que yo, salen y dicen que con mis acciones les dí el modelo a seguir que necesitaban».

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